domingo, 29 de octubre de 2017

Geometría obligada

La gata se fue.
Yo estaba contenta con la casa,
con el triangulo.
Como aquella vez con el cuadrado, que se rompió y derivó en esta nueva figura que ahora se quiere destrozar para darle paso a la sucesión continua de puntos.
Que bueno hablar del universo y no de la vida.
Por que en realidad podría escribir a continuación que la vida es la que me hace esté tipo de cosas siempre, pero prefiero pensar en la rotación mágica del universo, en lo efímero que es todo, en el cambio constante. Se me hace más fácil. Emperifollar la realidad, como cuando uso esta palabra, como cuando armo mi rincón, como cuando el Rulo toca el violín para mi, como cuando los rayos de luz atraviesan mi hogar.
Pero hoy, ahora, acá sentada, sin la gata, sin amigos, sin porro ni café no le encuentro el punto al romanticismo, no le encuentro nada a nada.
Esta vez no tengo esperanza, me consuela el hecho de no tenerla, una forma de aceptación natural, no impuesta, calmada como el agua que sale de la cisterna que pierde.
Podría salir a buscar mi esperanza, mi gata, mis ganas a la vuelta de la esquina, ahí donde en realidad nunca nadie encontró lo que buscaba, pero igualmente lo creen posible.
Sin embargo, me quedo acá tirando los tabacos por el suelo, aunque no me gusta barrerlos. Es una comodidad incomoda que me persigue, como tantas otras. Lo malo de lo malo de los hechos que uno mismo hace, es que debe abrazarlos, defenderlos, retroceder en el tiempo con la mente y rememorar el instante en el cual fueron realizados, el porque, el sentimiento detrás del acto, buscar de alguna manera la forma de justificarlos aún cuando no hay forma de hacerlo. Porque son nuestros, salen del interior y hay un trasfondo en todo, siempre, aunque no se note.
El tabaco en el piso es resultado de la falta de ganas de vivir que me genera la comodidad incomoda (distinto a la incomodidad cómoda) , ahora, todo ya, ahora. No quiero caminar, quiero correr pero me canso, mejor me quedo con las patas ancladas a este piso sucio que yo misma me obligue a caminar.
Total, la gata no está, aunque me mentí porque prendí una vela blanca como ella, arriba de una papel lejano encontrado un día que no supe porque lo agarre y lo lleve de paseo por la ciudad, conmigo, mucho tiempo, sin sentido, hasta ahora, hoy, acá, donde pasó a ser el lazo conector con lo espiritual, teniendo que ser el responsable de cargar con mis deseos, escritos en mayúscula, conteniendo la esperanza que al final se ve que no perdí.

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